Por: Segundo Matta Colunche
El prisionero político, Gregorio Santos desde el penal Piedras Gordas |
En el caserío de
“Polvareda”, distrito de Oyotún-Lambayeque, un campesino expresaba: “…a los
grandes hombres se conoce en la cancha, no los que solo hablan, sino los que
hacen las cosas como hablan”, frases oriundas del ciudadano de a pie, que
siente que sus líderes jamás deben abandonar a su pueblo.
Durante la campaña del
proceso electoral del 10 de abril, algunos militantes de izquierda han
expresado anárquicamente críticas y cuestionamientos a quienes hoy lideran una
alternativa de gobierno que el mismo partido los enseñó. Sin miramientos del
daño que hacen, fungen ser los auténticos representantes, como si las ideas
tuvieran dueño absoluto. Miran el país como grande, pero en la práctica les es esquivo
y agonizan en el histórico y maltratado sectarismo. Siempre fungieron ser la
cola, y en el peor de los casos, la última parte de la cola.
La candidatura de
Gregorio Santos, por encima de discrepancias internas y, otras que se han
expresado fuera de las estructuras, va hacia adelante. Es una nueva alternativa
que le da la razón a miles de peruanos que luchan y luchan por un cambio de
verdad. No el pantallón de las sirenas de mar, no las telenovelas sin actores,
tampoco el morbo de la televisión; sino, la rebeldía expresada en el pueblo
insurrecto con el sistema que va desde de Conga hasta Tía María.
Los grandes líderes se
han formado junto a la lucha de los pueblos. Ese aprendizaje cuesta sudores.
Cuando la lírica va acompañada a la acción, el pueblo se entusiasma y apoya;
pero cuando es lo contrario, el pueblo se desencanta y se retira. En esa
dirección, los militantes y simpatizantes del Partido Comunista del Perú-Patria
Roja y del Movimiento de Afirmación Social MAS, abandonan sus cuarteles de
invierno y se incorporan a la incesante lucha por la transformación del país.
Nada más grato, es estar al lado del pueblo, junto al pueblo y luchar con el
pueblo.
¿Quién divide a quién?
Es la pregunta innecesaria de debate. Los sectores progresistas jamás pueden
entrar en hueros cuestionamientos externos. El Perú, nos necesita y necesita a
partidos revolucionarios serios. El enemigo es la derecha y mafia que ha
gobernado el país más de 180 años de vida republicana.
Algunos, nos creemos
tan sabios, que la “sabiduría” ha hecho mirar el país no más allá del perímetro
de la capital, se ignora a liderazgos regionales y locales, al mismo estilo de
los que siempre gobernaron el país. Los partidos tradicionales necesitan una
reorganización total de su dirección, no han avanzado y no dejan avanzar. Las
cúpulas de todos los partidos de izquierda tienen a sentarse en Lima, allí deciden
todo y único que han logrado es ahuyentar a sus bases. Los ejemplos está por
demás decir.
No es posible que, en
nombre de la “disciplina” sancionen a “tutilimundi”, quiten arbitrariamente su
identidad y por ende, frenen la creatividad y rebeldía de sus cuadros a hacer
campaña. No olvidaremos en este proceso a líderes claros que han roto
“directivas interesadas”, como el desprendimiento de la mujer lambayecana
expresada en Vanessa Cubas, como la motivación de la juventud expresada en el
ex presidente de la Federación de Estudiantes del Perú, Michael Ortiz, como el
liderazgo nato de Ydelso Hernández, o como la imbatible firmeza de Allín
Monteza. Así como ellos, hay todo un contingente de camaradas que han
“abandonado” sus espacios laborales para convertirse en soldados de la
revolución.
La grandeza de la
juventud es el corazón de quienes aspiramos los grandes cambios para la patria.
¿Cómo no reconocer el invalorable trabajo del joven lambayecano, Jean Carlos
Agip, quien con mochila y bocina en hombro, camina por las calles enseñando a
votar a quienes la derecha los ha confundido? ¿Cómo no admirar, a Santos
Saavedra, dirigente rondero, que camina por los pueblos de Amazonía en busca de
la unidad, la justicia social y la libertad? Enumerarlos a todos faltaría espacio
en este intranscendente artículo. Empero, el pueblo sabe reconocerlos por ello
los recibe siempre con los brazos abiertos y el corazón en la mano.
¡Hasta la victoria
siempre!
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