miércoles, 16 de enero de 2013

El adviento de Celendín: Recuperando su historia


Escribe: César Augusto Aliaga Díaz[1]

Consuelo Lezcano de Rodríguez, cariñosamente llamada Catita, acaba de presentar un extraordinario libro que pone los fundamentos de la Historia de Celendín. Tras un paciente trabajo en el Archivo Departamental de Cajamarca, donde laboraba como secretaria, ha reconstruido el nacimiento colonial de esta provincia Cajamarquina. Recuperando datos fidedignos de expedientes notariales y judiciales, censos y relaciones correspondientes al periodo del Corregimiento de Cajamarca, siglos XVII y XVIII, y ordenándolos debidamente nos ofrece un panorama completo de la población y de las relaciones sociales y económicas de un periodo del cual casi no teníamos ninguna referencia, en la medida que, fuera de muchas especulaciones pueblerinas, lo más antiguo que se conocía con cierto rigor era lo relativo a la fundación del pueblo de Celendín en 1802, entrado ya el siglo XIX.

Catita Lezcano nos ofrece un panorama más amplio, partiendo de la ocupación hispánica del territorio “shilico”, allá por el 1600, con la formación de las primeras estancias a cargo de los descendientes de los conquistadores de Chachapoyas, las mismas que luego dieron lugar a la formación de las haciendas y de los pueblos que hoy conocemos.

El Adviento de Celendín no deja dudas que nuestra provincia, como casi todas las poblaciones formadas en aquellos tiempos, se fundó sobre una importante y compleja población indígena, que tuvo que soportar, no sin lucha por cierto, la reducción de sus pueblos y el permanente despojo de su derecho a usufructuar las riquezas naturales de su territorio. Un drama que lamentablemente no termina aún para muchos de sus descendientes.

La presencia de esas poblaciones indígenas arrimadas en la reducción de Pallác o en la pachaca de Sorochuco, nos obliga a pensar que el trabajo por recuperar la memoria del pueblo celendino es todavía una tarea titánica, la misma que deberá emprenderse a través de nuevos estudios antropológicos y arqueológicos para saber más de la raíz última de nuestra personalidad social.  

Pero el libro ilustra también cómo, a la ya compleja formación social indígena, se le añadieron entonces las castas de españoles, de zambos y de negros, que aportaron un crisol de sangres y de culturas que determinaron la singularidad del carácter y la personalidad de los “shilicos” de ayer, de hoy y de siempre, en el marco de un complejo mestizaje que no es, como algunos pretenden, una dulce amalgama de razas, sino una muy crítica y desgarradora historia de identificación y auto identificación no siempre lograda, tal como se evidencia en las vidas de dos mestizos ejemplares, orgullosos de serlo, El Inca Garcilazo y José María Arguedas.

El texto, además de ofrecer la relación de las familias de los ocupantes de Celendín en el lejano siglo XVII, hasta donde muchos podrán intentar reconstruir sus árboles genealógicos, aporta elementos importantes para comprender sobretodo la dinámica económica y la cultura jurídica predominante.

Sobre lo primero, El Adviento ratifica la integración de economía de lugares aparentemente tan apartados a los centros de la economía colonial: Lima y la lejana Potosí, corazón minero de esta parte del Continente, hasta donde se podían remitir periódicamente mulas, víveres e indios desde Celendín. Y sobre lo segundo, el libro de Consuelo Lezcano aporta una serie de datos relativos a testamentos, contratos y procesos judiciales que son suficientes para mostrarnos la vigencia paralela del derecho común hispánico, de raíz romano germánica, y la del llamado derecho indiano, inspirado la prédica proteccionista del Padre De Las Casas, en base al cual algunos pocos indígenas lograron recuperar terrenos indebidamente usurpados por ambiciosos españoles en las zonas de Huasmín y Sorochuco.

A propósito de esto último, es interesante constatar sobre la base de los datos aportados por el libro que comentamos, la fuerza de las relaciones comunitarias entre los indígenas de Celendín, Huasmín y Sorochuco,  con los de Cajamarca, Hualgayoc, Huambos y del pueblo de Todos los Santos (Chota). Unas relaciones que tal vez expliquen tanto la fuerza de la devoción de todos esos lugares por el Padre Eterno de Sorochuco, como la base del fuerte movimiento de solidaridad presente en las masas campesinas de esos mismos lugares en defensa de las lagunas amenazadas por el Proyecto Minero Conga.

No me queda sino felicitar a Catita Lezcano por este regalo que ha hecho a la tierra que la acogió cuando niña y que, estoy seguro, le dio la fuerza y la fe que ha necesitado para escribir este libro en más de 12 años de laboriosa investigación, así como para luchar con una terrible enfermedad que desde hace algunos años la ha postrado, pero que no la ha vencido. El día de la presentación del libro la vimos feliz, orgullosa y realizada, escuchando las notas del carnaval “shilico”, el entrañable “Shilulo”, arropada por el cariño y el respeto de familiares, paisanos y amigos agradecidos por su obra y su ejemplo de vida.


[1] Vicepresidente Regional de Cajamarca