Por: Segundo Matta Colunche
Patria, país donde nacimos, nos hemos
formado y educado. El amor a la Patria es un valor cívico y va más allá de la
reverencia a nuestros símbolos; además denota personalización e introyección. Todo
ello significa permitirle a la Patria ser madre de todos y todas, sentirse
acogido y orgulloso de ella. Amar a la Patria es un compromiso y un deber.
Sí, Patria significa compromiso y
deber; hoy millones de peruanos esperábamos con atención los resultados del
fallo de la Corte de la Haya, que se haga justicia después de una larga
historia de frustraciones. Nunca entenderemos cómo las clases dominantes de
Lima han tratado a sus similares de Santiago - el pueblo lucha y la
aristocracia negocia -. Tampoco comprenderemos las traiciones de Piérola, de
los subprefectos Juan Manuel Aguirre y Adolfo Salomón (1879) de los
departamentos de Lambayeque y La Libertad, respectivamente, quienes dejaron en la orfandad al norte
peruano ante el avance de los invasores chilenos. En esta larga lista también
ubicaremos a quienes entregaron nuestras tierras, sus riquezas, el mar y su
soberanía a manos de las trasnacionales y el poder económico.
La línea equidistante que reclamaba
el Perú, solo quedará en el recuerdo. Se preveía que la honorable Corte de la
Haya no quiera comprometerse con ningún país. Su fallo permite satisfacer
relativamente a las dos partes. Los peruanos exigiendo delimitación marítima a
través de una línea equidistante, y los chilenos defendiendo lo que ellos creen
que legítimamente les corresponde. Por donde lo miremos, no hemos ganado.
No queremos pensar que quienes
asumieron posturas triunfalistas antes de la sentencia, como Alan García,
Alejandro Toledo y la pasividad de Humala y sus ministros, hayan querido
repetir lo que José Antonio de Lavalle y José María Químper, hicieron contra
nuestro ilustre Francisco García Calderón, cuando se encontraba detenido por
tropas chilenas. Ellos, siendo sus ministros y jefes de guarniciones entablaron
una calumnia infernal al indicar que ya había traicionado al país y que la
guerra costaba unos millones de monedas. El tiempo dio la razón, la traición de
sus ayer leales se consumó en el camino.
Si hubiésemos ganado, ésta seguiría
en manos de los Brecia, Romero y la trasnacionales europeas que operan en
Chile. Seguirán los barcos de nuestros pescadores artesanales detenidos por las
fuerzas del país vecino, seguirán imponiendo sanciones con sumas exorbitantes a
quienes caigan en manos del vecino del sur, sin que la cancillería peruana haga
algo por ellos. Al final lo que importa es el negocio sin lograr la identidad y
soberanía de nuestra patria.
En el recuerdo de quienes leemos
nuestra historia, no olvidaremos la ocupación chilena de Lima en 1881; los
peruanos tuvieron que vivir en su propia versión del infierno. Una defensa enclenque
seguida de crímenes de guerra, incendios, saqueos y vejámenes bochornosos. A
nuestros compatriotas los trataron como viles indigentes.
El “triunfo” del gobierno, expresado a través de Ollanta Humala, y
auspiciado por la derecha, no es otra cosa que asumir con algarabía decisiones
inapelables. Mientras Michael Bachelet
(Presidente electa de Chile) manifiesta su aceptación a medias, en Perú la
clase política lo ha festejado por lo alto. Falta identidad, falta Patria.
A partir de hoy, seremos dueños
legalmente de una porción del territorio en litigio que ya culminó, no hemos
recuperado lo que por justicia nos corresponde. Han sido sensibles con nuestros
pedidos, pese haber confirmado que no existió delimitación marítima.
Necesitamos identidad y amor a la
Patria. Imposible pensar que lo harán los que buscan solo negocios en nuestro mar,
lo hará el pueblo organizado y digno de defender sus recursos naturales y su
territorio.