Consuelo Lezcano de Rodríguez,
cariñosamente llamada Catita, acaba de presentar un extraordinario libro que
pone los fundamentos de la Historia de Celendín. Tras un paciente trabajo en el
Archivo Departamental de Cajamarca, donde laboraba como secretaria, ha
reconstruido el nacimiento colonial de esta provincia Cajamarquina. Recuperando
datos fidedignos de expedientes notariales y judiciales, censos y relaciones
correspondientes al periodo del Corregimiento de Cajamarca, siglos XVII y
XVIII, y ordenándolos debidamente nos ofrece un panorama completo de la
población y de las relaciones sociales y económicas de un periodo del cual casi
no teníamos ninguna referencia, en la medida que, fuera de muchas
especulaciones pueblerinas, lo más antiguo que se conocía con cierto rigor era
lo relativo a la fundación del pueblo de Celendín en 1802, entrado ya el siglo
XIX.
Catita Lezcano nos ofrece un
panorama más amplio, partiendo de la ocupación hispánica del territorio “shilico”,
allá por el 1600, con la formación de las primeras estancias a cargo de los
descendientes de los conquistadores de Chachapoyas, las mismas que luego dieron
lugar a la formación de las haciendas y de los pueblos que hoy conocemos.
El Adviento de Celendín no deja dudas que nuestra provincia, como
casi todas las poblaciones formadas en aquellos tiempos, se fundó sobre una
importante y compleja población indígena, que tuvo que soportar, no sin lucha
por cierto, la reducción de sus pueblos y el permanente despojo de su derecho a
usufructuar las riquezas naturales de su territorio. Un drama que
lamentablemente no termina aún para muchos de sus descendientes.
La presencia de esas poblaciones
indígenas arrimadas en la reducción de Pallác o en la pachaca de Sorochuco, nos
obliga a pensar que el trabajo por recuperar la memoria del pueblo celendino es
todavía una tarea titánica, la misma que deberá emprenderse a través de nuevos
estudios antropológicos y arqueológicos para saber más de la raíz última de
nuestra personalidad social.
Pero el libro ilustra también
cómo, a la ya compleja formación social indígena, se le añadieron entonces las
castas de españoles, de zambos y de negros, que aportaron un crisol de sangres
y de culturas que determinaron la singularidad del carácter y la personalidad
de los “shilicos” de ayer, de hoy y de siempre, en el marco de un complejo
mestizaje que no es, como algunos pretenden, una dulce amalgama de razas, sino una
muy crítica y desgarradora historia de identificación y auto identificación no
siempre lograda, tal como se evidencia en las vidas de dos mestizos ejemplares,
orgullosos de serlo, El Inca Garcilazo y José María Arguedas.
El texto, además de ofrecer la
relación de las familias de los ocupantes de Celendín en el lejano siglo XVII,
hasta donde muchos podrán intentar reconstruir sus árboles genealógicos, aporta
elementos importantes para comprender sobretodo la dinámica económica y la
cultura jurídica predominante.
Sobre lo primero, El Adviento
ratifica la integración de economía de lugares aparentemente tan apartados
a los centros de la economía colonial: Lima y la lejana Potosí, corazón minero
de esta parte del Continente, hasta donde se podían remitir periódicamente
mulas, víveres e indios desde Celendín. Y sobre lo segundo, el libro de
Consuelo Lezcano aporta una serie de datos relativos a testamentos, contratos y
procesos judiciales que son suficientes para mostrarnos la vigencia paralela
del derecho común hispánico, de raíz romano germánica, y la del llamado derecho
indiano, inspirado la prédica proteccionista del Padre De Las Casas, en base al
cual algunos pocos indígenas lograron recuperar terrenos indebidamente
usurpados por ambiciosos españoles en las zonas de Huasmín y Sorochuco.
A propósito de esto último, es
interesante constatar sobre la base de los datos aportados por el libro que
comentamos, la fuerza de las relaciones comunitarias entre los indígenas de
Celendín, Huasmín y Sorochuco, con los
de Cajamarca, Hualgayoc, Huambos y del pueblo de Todos los Santos (Chota). Unas
relaciones que tal vez expliquen tanto la fuerza de la devoción de todos esos
lugares por el Padre Eterno de Sorochuco, como la base del fuerte movimiento de
solidaridad presente en las masas campesinas de esos mismos lugares en defensa
de las lagunas amenazadas por el Proyecto Minero Conga.
No me queda sino felicitar a
Catita Lezcano por este regalo que ha hecho a la tierra que la acogió cuando
niña y que, estoy seguro, le dio la fuerza y la fe que ha necesitado para
escribir este libro en más de 12 años de laboriosa investigación, así como para
luchar con una terrible enfermedad que desde hace algunos años la ha postrado,
pero que no la ha vencido. El día de la presentación del libro la vimos feliz,
orgullosa y realizada, escuchando las notas del carnaval “shilico”, el
entrañable “Shilulo”, arropada por el cariño y el respeto de familiares,
paisanos y amigos agradecidos por su obra y su ejemplo de vida.
[1]
Vicepresidente Regional de Cajamarca
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